El cambio siempre da miedo, especialmente cuando las experiencias que hemos vivido han sido fuertes y gratificantes. Lo experimentamos en todas las fases de la vida, en nuestros caminos de estudio y trabajo, en todas las realidades políticas, sociales y organizativas, en particular donde vivimos roles de responsabilidad que no queremos perder.
Nos gustaría que ciertas experiencias no terminaran nunca. Pero esto es un engaño. Permanecer en "experiencias verdaderas y hermosas" no nos hace vivir la vida, porque la vida misma es cambio y esta es la dinámica que la hace fascinante incluso cuando es dolorosa.
Bien lo explicó Cicely Saunders, fundadora del primer hospicio moderno, una mujer extraordinaria que como enfermera, trabajadora social y médica "inventó" una nueva forma de ayudar a las personas en los momentos más difíciles. Según ella, el tiempo de las verdaderas experiencias es un tiempo hecho de profundidad más que de duración. “Las horas de las relaciones reales parecen pasar en un instante, mientras que los días aburridos parecen no pasar nunca. Pero años después, las horas auténticas quedan impresas para siempre, los días inútiles se desvanecen en el aire."[1]
Estos verdaderos momentos -incluso cuando se experimentan en dolor y oscuridad- pueden transformarse, tal vez con asombro y emoción, en ocasiones de profunda paz y luz. Estos pasos, especialmente cuando van acompañados de una relación auténtica con los demás, pueden ayudarnos y darnos la fuerza para afrontar las dificultades, pruebas, sufrimientos y penurias que encontramos en el camino. Nos alientan a reanudar sin miedo, afrontando con valentía lo que nos espera, extendiendo la mano a los demás y acogiendo el dolor de la humanidad que nos rodea, arriesgándonos con el deseo de llevar la luz y la paz que nosotros mismos hemos experimentado donde falta.
Dietrich Bonhoeffer dijo: “El tiempo perdido sería un tiempo no vivido en el que no hubiésemos amado.”[2].
¿Qué sucede cuando estas verdaderas experiencias parecen desaparecer y ya no existen? ¿Quizás esto le resta valor a la experiencia y al arraigo? ¡Absolutamente no! El valor de la memoria es el fundamento mismo del progreso humano. Además, como dice el filósofo George Santayana “Quienes no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”.
Hubo quienes antes que nosotros pasaron sus vidas por nuestra libertad y nuestra felicidad. Debemos saber volver a las experiencias que fundaron nuestra vida personal y la de nuestros grupos a los que pertenecemos para tener la fuerza de empezar siempre de nuevo, incluso en los momentos de duda, fragilidad y cansancio.
[1] Cicely Saunders. Premio Templeton 1981
[2] Dietrich Bonhoeffer. Cartas de “Resistencia y rendición” y otros escritos desde prisión