Cuando la vida nos presenta opciones desafiantes e inesperadas, que tal vez nos asusten, nuestros valores y el deseo de vivirlos coherentemente emergen con claridad.
No siempre es fácil. La respuesta, en una situación que requiere una decisión libre y personal, puede parecer una apuesta difícil de hacer, casi un salto al vacío, y necesitamos la fuerza para ir más allá de nuestros límites.
Pero, ¿dónde podemos encontrar esta fuerza? Para algunos es fe en una dimensión sobrenatural y en un Dios personal que nos ama y nos acompaña. Para todos puede ser la cercanía de amigos, de "compañeros de viaje" que nos apoyan con cercanía y confianza. Sacan lo mejor de nosotros y nos ayudan a superar la aparente "imposibilidad" de nuestras insuficiencias para alcanzar lo "posible" de una vida coherente.
Es consecuencia de la dimensión comunitaria de las relaciones basadas en la reciprocidad. Como decía Chiara Lubich en 1948, con el lenguaje típico de la época: ": «¡Y adelante! No con nuestra fuerza, mezquina y débil, sino con la omnipotencia de la unidad. Si permanecemos fieles a nuestro compromiso [...] el mundo verá la unidad"[1].
Ir más allá de nuestros límites nos abre a nuevas oportunidades y experiencias que de otro modo podrían parecer fuera de nuestro alcance, permitiéndonos creer y testificar que toda esperanza es posible.
¿Pero es posible creer “que todo es posible” frente al absurdo del Mal? Ésta es la gran cuestión de la humanidad hoy y siempre. Una pregunta sin respuesta que une a todos, creyentes y no creyentes, en un camino de investigación que sólo podemos emprender juntos. Porque si el "Mal" sigue siendo un misterio, la fuerza del "Bien" es igualmente poderosa. No hay una respuesta, sino una perspectiva de significado.
Lo recordó en una entrevista reciente Edith Bruck, deportada a Auschwitz a los 13 años y todavía hoy, a sus noventa años, auténtico testigo de paz. Cuando terminó la guerra, ella y su hermana se enfrentaron a un dramático dilema. “Cinco fascistas húngaros que habían apoyado a los nazis nos rogaron que los ayudáramos a regresar a casa clandestinamente y los ayudamos en el camino. Compartimos pan y chocolate con ellos. Fue uno de los momentos más intensos que jamás haya experimentado espiritualmente. Estaba tratando como a un amigo a alguien que podría haber matado a mi padre".. La decisión no fue fácil y discutió mucho con su hermana, pero lo hicieron porque pensaron que tal vez, de esta manera, estas personas nunca más volverían a maltratar a un judío.[2].
[1] Chiara Lubich “Cartas de los primeros tiempos”. Ciudad Nueva Roma 2010 p. 164
[2] Marisol Rojas – Cadena SER, artículo sobre E. Bruck 26/01/2024