Cada uno puede dar su propia contribución a la construcción de la fraternidad a su alrededor: aunque seamos "pequeños", aparentemente sin cualidades ni títulos especiales, siempre podemos dar testimonio de un amor concreto hacia quienes nos rodean.
Todos hemos recibido atención, cuidado o perdón de otras personas; Todos podemos dar algo a los demás y hacerles experimentar la ternura de los gestos fraternos que pueden cambiar la vida de un hombre.
Chiara Lubich siempre nos decía que no importa si podemos dar mucho o poco. Lo que importa es "cómo" damos, cuánto amor ponemos en un pequeño gesto de atención hacia los demás. A veces basta con ofrecer un vaso de agua, y este gesto, si se hace por amor, puede marcar el inicio de una nueva relación que cambia la vida de quien da y de quien recibe.
Redescubramos entonces el valor del "cómo" llevar a cabo nuestras acciones, cada acción: las tareas domésticas o de campo, las tareas de oficina o la realización eficaz de trámites burocráticos, las relaciones con los compañeros de estudios, cada iniciativa relativa a la responsabilidad en el plano civil, político y esferas religiosas.
Todo lo que hacemos puede transformarse en un servicio atento y precioso que puede contribuir a curar los conflictos, eliminar las injusticias, satisfacer los derechos humanos fundamentales, crear relaciones de comunión fraterna y de compartir. Porque tendremos nuevos ojos para ver lo que los demás necesitan y podremos ayudarlos de forma creativa y generosa. Y así nacerán las relaciones de reciprocidad que son la base de toda experiencia vital, donde circularán los talentos y se multiplicará la alegría en nuestro interior porque "hay más alegría en dar que en recibir".
Es necesario, por tanto, estar delante de cada hombre y mujer que encontramos con un corazón abierto y generoso, superando nuestras categorías e impidiendo que germinen nuestros juicios, sabiendo que son la causa de todo pequeño o grande conflicto y de la ruptura de el cuerpo social.
De esta manera, pueden surgir en nuestros entornos experiencias de colaboración activa y responsable orientadas al bien común, a partir de las pequeñas cosas de cada día.
La experiencia de Manuel desde Australia es significativa:
“Dejé mi trabajo en Filipinas y me fui a Australia para estar con mi familia. Allí encontré trabajo en una obra como limpiadora, responsable del comedor, vestuarios y oficinas. Una ocupación muy diferente a la que había hecho antes como ingeniero.
Inicialmente tuve que dar un paso interior para no desanimarme y no sentirme frustrada: en la certeza de que "nada es pequeño que lo que se hace por amor", y entendí que todo trabajo se puede vivir dignamente si nos ponemos en una verdadera actitud de servicio hacia las personas que pasan por nuestro lado. A partir de ese momento el comedor, donde cada día encontraba multitud de personas, se convirtió en mi pequeña obra donde construir "ese mundo unido en fraternidad" que desde hacía algún tiempo se había convertido en mi ideal de vida.
Descubrí la importancia y la belleza de "servir". Que repartir la bandeja o retirarla al final del almuerzo, barrer, poner todo en orden, fueron concretamente pequeños actos de amor para quienes usaban el comedor todos los días.
Fue esta conciencia la que transformó mi forma de ser: sí, ya no era un ingeniero que construía casas o caminos, sino un ingeniero que contribuía a que ese servicio público fuera eficiente y digno para quienes lo utilizaban.
Así como ante un comportamiento agresivo o indiferente traté de no juzgar, de comprender las necesidades de quienes me rodeaban, mantuve la calma y no perdí la paciencia.
Cada día una nueva aventura y poco a poco me di cuenta de que me sentía satisfecho, y me parecía vislumbrar un ambiente de mayor serenidad y armonía en el comedor.
Para mi gran sorpresa, nacieron nuevas relaciones, algunas amistades, y algunos de estos amigos incluso se detuvieron conmigo después del servicio para ayudarme a ordenar".[1]
[1] tomado de una colección de testimonios editados por S. Pellegrini, G. Salerno, M. Caporati