La vida de cada uno de nosotros es un maravilloso cofre del tesoro donde los colores se mezclan en gran armonía. Pero muchas veces el cofre se rompe y se pierde la armonía de los colores, sobre todo porque se ha perdido esa unidad fundamental entre Cuerpo, Mente y Espíritu. Tres componentes esenciales que se expresan visiblemente en las necesidades vitales comunes a todos, en los sentimientos que experimentamos cuando nuestras necesidades son o no satisfechas y, por último, en los comportamientos que vienen determinados por lo que sentimos.
Las necesidades vitales insatisfechas despiertan en nosotros sentimientos de malestar, amargura, frustración, resentimiento… y estos sentimientos pueden derivar en conductas de cerrazón, hostilidad y agresividad, de reproche o a actuar con odio.
De lo contrario, si nuestras necesidades de autonomía, autenticidad, creatividad, confianza, protección, empatía... están satisfechas, experimentamos sentimientos de afecto, relajación, entusiasmo, libertad… y nuestro comportamiento hacia los demás será cada vez más afectuoso.
Para que la gran fuerza del amor exista siempre en nosotros y alrededor de nosotros, es necesario "hacernos uno con el otro" como dice Chiara Lubich en su libro "El arte de amar". "Hacernos uno", es decir, entendiendo el mundo de cada uno, compartiendo pensamientos y sueños, viviendo con la mayor transparencia posible una aceptación mutua.
Si a veces la falta de confianza y de estima de los demás nos vuelve inquietos o irritables, confusos o indiferentes, debemos encontrar con valentía la fuerza para comunicar a los demás nuestra necesidad de sentirnos amados, de poder disfrutar de la confianza de los demás y, con humildad, pedir la ayuda del otro, para reencontrar esa comprensión que parecía haber desaparecido.
Del mismo modo, si somos nosotros quienes hemos despertado sentimientos de rencor, ira, resentimiento en el otro, debemos tener el valor de pedir perdón y ayudar al otro a comprender también nuestra fragilidad.
Incluso hacia quienes cometen delitos y actúan con odio, debemos evitar expresar directamente juicios moralistas, buenos o malos, culpables o inocentes, capaces o incapaces, odiosos o amables, sino juicios de valor partiendo de nuestra experiencia y sabiendo que siempre ante situaciones de injusticia, abuso, acaparamiento y violencia pueden desencadenar sentimientos y juicios reactivos en todos nosotros.
Marshall B. Rosenberg en su libro “Las palabras son ventanas o paredes” cuenta que ante un palestino que le había llamado asesino, por el simple hecho de ser americano, escuchó profundamente a ese hombre, en el que había advertido su sufrimiento íntimo, y le hizo varias preguntas, para entender desde qué profunda violencia e injusticia hacia su pueblo se había determinado esa agresión verbal.... El hombre se sintió comprendido y abrió su corazón y señaló todo lo que le había llevado a creer que los americanos eran partidarios de una política injusta. Nació entre ellos una verdadera relación y aquel día, que era el final del Ramadán, Rosenberg se encontró con que el hombre le invitaba a cenar y siguieron siendo amigos.
Si un ser humano impulsado por la ira, el rencor y el odio llega al extremo de privar de la vida a otro ser humano, tenemos el deber moral de comprender a partir de qué necesidades vitales insatisfechas se generaron esos sentimientos violentos capaces de perturbar la armonía interior de esa persona y producir efectos tan devastadores y dañinos.
Esto es lo que intentan hacer hoy en algunas (muy pocas) instituciones penitenciarias y de reeducación, que han puesto como base de su acción la rehabilitación humana y espiritual de quienes, cegados por sentimientos negativos, han cometido delitos graves.
Sólo después habrá conciencia del error cometido y, por tanto, la posibilidad de curar la enfermedad psicológica de una persona, y luego alegrarnos juntos cuando pidan perdón por el mal cometido.
Viktor Frankl, iniciador de la logoterapia, en su libro “El hombre que sufre” escribe que "también de los aspectos negativos, y quizá sobre todo de ellos, se puede 'extraer' un sentido, transformándolos así en algo positivo: el sufrimiento, en servicio; la culpa, en cambio; la muerte, en motivación para la acción responsable" y así superar la culpa.